miércoles, 28 de septiembre de 2011

Él

La notaba cerca cuándo su piel, en un intento de atraer su fragancia tranformaba el deseo en carne. Oía su respiración, suave como la de un bebé que dormita en su cuna y alterada cual adolescente conmovido.


Los segundos parecían horas, los minutos pasaban a un abismo sin fin.


Traía el aire fragancias de jazmín con notas de madera, intentaba descifrar su perfume tantas veces imaginado y nunca atestiguado. Se embriaga hasta el punto que deja volar su imaginación y ya se sentía adorándola, sintiéndola y entregándose a Ella como jamás lo había hecho. Deseaba tanto estar bajo sus pies... ser arrastrado tirando de sus ideas hasta el rincón mas insospechado de aquella habitación y así sentirse perdido al ser olvidado...


Todo comenzó una tarde otoñal, en la que jugaba bajo su casa con los vecinos. Unos peleaban por ser los jefes, otros por ganar la batalla erguidos en un corcel negro, él sólo quería sentirse poseído por alguien. Ceder su voluntad sin rechistar al viento, volver sus manos y alzarlas con las plantas vigorosas hacia el cielo en señal de ofrenda, sentir el aire rozándolas y así personificarlo en alguien a costa de la que creía, su insignificante vida.
Recuerda la mano vigorosa de su tía al llevarlo al colegio. Aplastaba la suya y los huesos se montaban unos encima de otros. Lloriqueaba por todo el camino empedrado, intentando y consiguiendo que la fuerza de la familiar mano tirase de el y así sentirse dichoso a tan temprana edad.
Sabía que era el centro de toda burla en clase; su tez blanca, su pelo rizado descubrían unos ojos mimosos y marrones por entre el cascabel de rizos, pero aquello poco le importaba.
Se sabía también envidiado por aquellos desayunos que su tía le preparaba minuciosamente y que el en un "despiste" dejaba de vez en cuando a un lado del pupitre y observaba como una mano anónima lo sustraía, regocijándose en la dicha del poseedor y haciéndola suya.
Llegaba la hora del recreo y altivo salía al patio con su pelota, a la espera del ansiado partido matutino. Poco importaban las caídas y arañazos contra la arena, era toda una dicha!.
Pasaban las horas y al salir del colegio no podía andar recto, sus ojos se iban clavando en los moretones de días anteriores.

Y así fue pasando su infancia, entre amigos y menos amigos que sin quererlo afianzarían el deseo impetuoso del sometimiento y la servidumbre.


Un ruido lo saca de su cavilación en el pasado y lo trae ipsofacto al presente. Se oye agua correr, la ducha está funcionando, Ella se pone cómoda...